La homografía es un fenómeno lingüístico por el cual dos palabras que proceden de étimos distintos confluyen en la grafía, esto es, se escriben igual. Esta coincidencia gráfica no es muy común, pero puede llevar a interpretar mal el significado de un texto y, en el caso que nos ocupa, el origen y significado de algunos topónimos. Grolos, Mati y Perros, tres lugares del ayuntamiento lucense de Guntín, son buena prueba de esto que también suele llamarse “falsos amigos” de nuestra toponimia.
Según el Diccionario de la Real Academia Galega, la palabra grolo del léxico hace referencia a las pequeñas porciones que se beben de una vez y también a aquellos bollos que se forman en un líquido cuando se le echa una materia sólida que no se disuelve bien. Sin embargo, ninguno de estos significados estuvo en el origen del lugar de Grolos y de la parroquia homónima guntinesa. Escrito cómo Sancte Crucis de Grollos en su atestación más antigua de 1284, fueron tres las hipótesis que intentaron acostar luz sobre este topónimo. Nicandro Ares consideraba que podría proceder del nombre personal Grullus, equivalente a Gryllus. Por su parte, Elixio Rivas vio en él un apodo personal a través del significado ‘huevo derramado o podre’. Finalmente, Edelmiro Bascuas consideraba que procedía del tema hidronímico *Graw-los. Con todo, Carlos Vázquez en la obra Toponimia de Guntín de Pallares menciona que en las cercanías de esta población no existe ningún curso fluvial.
Antrotopónimo también puede ser Matei, lugar de la parroquia de Ferreira de Pallares que nada tiene que ver con la primera persona del singular del pretérito de indicativo del verbo matar. Nicandro Ares pensaba que podía derivar del genitivo del apóstol Matthaeus, Mateu en el gallego común, aunque también ve posible su origen del gentilicio Matteius.
Si Grolos y Matei son dos topónimos poco frecuentes en Galicia, no lo es así Perros, pues además del lugar de San Román de la Retorta existen otras siete aldeas así denominadas. La coincidencia de este topónimo con la palabra castellana homógrafa, perro, término que en la época medieval se les deba con forma despectiva a los moros y judíos, provocó que desde instancias eclesiásticas se mudara el nombre a la parroquia de Perros de Brión por su malsonancia. Desde el siglo XVI pasó a denominarse “Los Ángeles”, hoy Os Ánxeles. Antón Palacio investigó estos topónimos, Perros, Parra, Perrá, Perrelos, Perrol, Perrón... y considera que “quizás hagan referencia a marcos de piedra usados para indicar los límites de jurisdicciones y, como Padrón, pueden estar relacionados con PETRA, piedra”. Piel en cambio supone un primitivo apodo *Perrus, de donde deriva el topónimo Vilaperre. Con todo, Nicandro Ares lo documentó cómo Pirros en el siglo XI, lo que lo llevó a relacionarlo con un nombre personal grecolatino Pyrrhus ‘rojizo como el fuego’, frecuente en esclavos y libertos.
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